El pasado 26 de febrero, en la 8a poniente norte # 422, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, se abrió oficialmente el Centro de producción Artística del colectivo Lugar de brujos. Esta actividad, en apariencia cargada a la publicidad, es decir, hacia la difusión del espacio, tiene otros objetivos. Por un lado, reafirma un hecho que ha sido comentado y discutido por autoridades de cultura y por los artistas plásticos locales: la inexistencia de un mercado para las artes.
Tal vez no sea tan dramático. En la ciudad de San Cristóbal de las Casas hay un moviento para la comercialización de estos productos que data de hace varias décadas ya. Un ejemplo de ello lo dio la "Casa de las imágenes" que en la década de los noventa trajo a fotógrafos de trayectoria que hoy han hecho de Chiapas su segunda casa. La Galería de Kiki Suárez, es otro caso.
Es preciso aclarar que la discusión no gira en torno a lo comercial de un producto artístico, sino a la necesidad apremiante que tienen los artistas de obtener ingresos por la venta de sus productos. Lo artístico está implícito en el producto. Desde luego que impacta en el status del creador y en el precio de la obra, pero en esta reflexión me refiero a aquellos productos que tienen una propuesta plástica específica. No a las reproducciones de obras y tendencias ya superadas en la historia del arte.
En este contexto, el colectivo Lugar de brujos apuesta por lo que Acha identifica como el mercado del arte, por un lado, la venta de los productos; por el otro, a que el público mire el proceso de producción y las obras terminadas.
En las artes, como en otros segmentos del campo cultural, los productos tienen un doble valor, según afirma Pierre Bourdieu: un valor de intercambio (comercial y valorado en dinero), y un valor cultural, es decir, forma parte del conjunto de elementos que dan identidad a un pueblo, y que generalmente interpretamos como cultura. Así, Juan Acha, coincide con Boudieu y opina que en el mercado del arte, esos dos valores tienen impacto en la actitud de los consumidores. Algunos adquieren la obra, como parte de un proceso económico; otros, se conforman con observarla, y entran en el mercado de los valores culturales, aprenden y se enriquecen con el aprendizaje.
En este sentido, el colectivo da muestras de esa doble intención: incidir en el incipiente mercado cultural. incipiente porque en Chiapas, la adquisición de obras todavía no es parte de la actividad del consumidor, ni siquiera de las clases económicas que tienen la capacidad de invertir en estos productos. Por supuesto que existen antecedentes de un esfuerzo similar, por ejemplo, aún existe la representación del promotor y diseñador Carlos Vázquez, quien hace un esfuerzo encomiable desde Casa mía, intentando superar los azares del poder público.
Desde la otra perspectiva, la del mercado cultural, el de capital cultural que, según Bopurdieu, también es una valor que ofrece reafirmar o superar determinado status social, la asistencia a este espacio independiente es un doble reto. el que se trazan los artistas del colectivo, y el del público. La gente en pocas ocasiones asiste a las actividades culturales, mucho menos lo hacen, si ésta no es espectacular y publicitada a la manera de losgrandes espectáculos de entretenimiento. Porque esta función, la de entretener, es la que demanda la población; escazamente demanda otros fines.
El Centro de producción Artística recién abierto no busca la asistencia de públicos masivos, su fin central es cubrir con una parte del proceso económico que implica la producción artística: la elaboración de las obras de arte y su distribución, especialmente para Oaxaca y otras zonas del país.
El reto es grande, pero vale la pena el intento.
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