UNO
A manera de introducción: En el principio de los tiempos la
nada era la dueña y señora del todo. Por eso, nada había, nada sonaba, nada se
sentía. Sin embargo, a decir de los griegos, el caos se hizo presente y,
entonces, la nada dejó de existir, al menos eso se cree.
Esta historia nos recuerda esa primera muerte. Es decir, no
es exactamente un relato sobre el principio de los tiempos, sino un
recordatorio que el tiempo y su expresión más sublime: la vida, tienen un
final: la muerte.
A veces me ha llegado esa inquietud. No sé cómo definirla.
Es extraña, llega lentamente a mí. Inicia como una vaga idea… no, más bien
suele estar asociada con un sonido, con una frase, con una noticia. Ya sea a
través de la televisión o con algún comentario echo por alguno de mis amigos,
siempre relacionado con los problemas de pobreza, corrupción e impunidad de
nuestras gloriosas autoridades, nietas de los héroes revolucionarios del siglo
XX, encumbradas en el poder político y fervientes reencarnaciones de algún
tlatohani prehispánico. Y siempre me pierdo el resto de los comentarios porque
mi mente empieza a pensar en mi pequeño entorno: Miguel siempre crítico vierte
comentarios de lo que debe hacerse, según él, pero a la hora de la acción suele
caer en unos enormes letargos que lo llevan a ser un claro ejemplo de cómplice
por omisión. Pedro, bueno, qué decir, él habla y habla para motivar a los demás
pero es el primero en actuar de la manera más corrupta que pueda haber… y así,
mi mente viaja, me lleva a ligar ideas que reafirman que el gran problema, el
de fondo, como los políticos dicen, somos nosotros, los de a pié, quienes
permitimos que así sean las cosas: podridas como solo la política nacional
corrompe por dentro.Esa era la razón por la cual nunca me involucraba en los movimientos de la normal. Bueno, más bien no acudía al llamado de los camaradas aunque sí daba las cuotas necesarias de cooperación y acudía a las reuniones de organización y discusión de las estrategias de acción… hasta había acudido a los talleres de entrenamiento, incluso me habían pedido que redactara algunos discursos porque manejaba y manejo muy bien la coherencia de los textos. Creo que mis cualidades me permitían mantenerme en la organización sin que me exigieran cosa alguna adicional.
A mí me gustaba ir a las reuniones sabatinas porque era el día en que podía encontrarme con Magdalena. Ella se había negado a darme su amistad y no saben cuánto me costó ese primer beso, que para mí, fue como el primero que yo diera en mi escasa vida de 19 años.
Magadalena me había insistido de manera constante en que yo
debería participar en alguna acción. No lo hacía, porque después de las
reuniones, era el pretexto para quedarnos un rato más en los alrededores de la
escuela. Así fue como primero le agarré la mano, otro día pude acariciarle la
tersa piel de su rostro y, otra noche, robarle un beso que me costó una sonora
cachetada.
Sin embargo, ella seguía aceptando mi presencia y nos
seguíamos quedando a platicar, al terminar las reuniones. Ella me había llevado
a su casa y me había presentado como un amigo y camarada de lucha con sus
papás, quienes eran maestros de primaria.
En otra ocasión, luego de platicar sobre mitos, leyendas y
fantasmas, cerca de su casa, bajo una farola sin luz, me agarró la mano y
caminamos un trecho sin hablar. Me sentía feliz, caminaba pensando en qué
sentirían las personas al morir, si sería la misma sensación que yo tenía en
ese momento, porque mi corazón parecía rebosar de paz y quietud, me sabía
querido pero no con la pasión del deseo, no en ese momento.
…
No sé por qué acepté subirme al camión, nunca tuve el deseo
de participar en actividades de los camaradas.
Ahora que siento disminuir mi respiración, que mis oídos se
agudizan, que los párpados me pesan y el dolor de las heridas se desvanece
viene a mí Magdalena.
Estoy seguro que mi mente me engaña pues ella no vino con
nosotros.
Creo que me besa…
Llega el silencio.
Hay paz.
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