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viernes, 25 de enero de 2013

Identidad, cultura e intervención pública

Rafael Araujo
Identidad:

En los primeros años de la segunda década de este milenio, el mundo se ha visto sorprendido por una serie de enfrentamientos militares en países de la región árabe, en el oriente medio. Al centrar la atención en ellos, la información ha permitido entrever la compleja red de grupos que integran a cada país en esa región. La sorpresa ha sido mayor al reaparecer un fenómeno largamente estudiado por la antropología, la cultura. Desde esta rama del conocimiento, dice Ulf Hannerz en “Fronteras”: “La antropolgía vivió un largo periodo en que la imagen dominante era la de muchos mundos pequeños y separados, en el que los nuer, los tikopia y todos los demás pueblos parecían existir como especies separadas.” Se podría ejemplificar con casos más cercanos, pues en Chiapas sabemos de la existencia de los zoques, de los tzotziles, los tzeltales, los chiapanecas, entre otros muchos más, en algunos casos con historias menos violentas pero parecidas a los acontecimientos presentes en el mundo árabe; sin embargo, esa identificación cultural no es suficiente para explicar la existencia de los conflictos. Para desmenuzar con mayor precisión esos acontecimientos, es necesario tomar en cuenta el concepto de territorio, pues varios de estos grupos se asientan en espacios que no tienen delimitación precisa; se encuentran en países constituidos, con fronteras delimitadas, pero sin unidad interna.

La frontera, puede ser concebida como una línea que limita un territorio, un terreno, un espacio físico. Sin menoscabo a esta afirmación, también se concibe a la frontera como la delimitación de una cultura con respecto a otra (Hannerz). Al observar la existencia de una frontera, suele reconocerse que hay cultura y espacio, a un lado y al otro del límite que la traza. En otras palabras, el reconocimiento de la existencia del otro, o de los otros.

Cuando hablamos de culturas, el reconocimiento de una frontera cultural permite la identificación de una persona como perteneciente o no a una cultura en particular. La pertenencia a un grupo social o a una cultura es parte del proceso de identificación de los límites que enmarcan a las fronteras culturales. Por eso, Hannerz afirma: “Si las fronteras no son naturales, se convierten en lo que las personas hacen de ellas.” En esa línea de ideas, explica, hay quienes dan mayor peso a las diferencias y a las rupturas en los procesos sociales, y hay quienes no.

Stephen Castles opina de manera muy parecida cuando escribe: “Uno de los problemas clave de la modernidad es la tensión entre el principio de organización económica y política racional y la infinita gama de aspiraciones de los individuos y grupos.” De esta forma pone en el eje de la discusión los intereses encontrados existentes entre grupos, entre individuos, y entre los grupos con respecto a los individuos. Al hacer este señalamiento recuerda a Freud y a Nietezche quienes, según él, “…demostraron que la vida está regida por esta tensión entre sociedad e individuo, o entre racionalidad del sistema e identidad.”

Estos conflictos suelen acentuarse cuando intervienen factores de dominio, ya sea porque en el grupo-etnia una clase desea incrementar sus privilegios, o porque nace una nueva clase social que busca un espacio propio dentro del conjunto. Las razones son muchas, siempre relacionadas con procesos y relaciones que resultan obsoletas o que están en crisis. Sin embargo, al interior de una cultura, la existencia de varios grupos supone la posibilidad de situaciones conflictivas que las relaciones culturales deben encauzar.

En México, Margarita Maass reflexiona (2006): “La cultura es la acumulación, es memoria, es recuperación del pasado; la cultura es ruptura que genera avance; la cultura es ideología. La cultura es tradición y modernidad. La cultura nos identifica y lo que identifica genera identidad.” (25) Más adelante explica quela identidad como construcción ideológica del ser tiene dos variantes, la identidad del individuo; y la identidad grupal, o la que otorga pertenencia al individuo como parte integrante de un grupo social. Además, le otorga un atributo más pues concibe a la identidad como la construcción ideológica del ser (26), alguien es, algo es, todos somos.

Morelba (490), quien reflexiona sobre estos aspectos explica que la identidad puede entenderse como aquello que otorga unidad a las personas, que se obtiene identidad a través de los rasgos físicos, mentales y espirituales que hacen distinto a uno de otro. Son rasgos biológicos determinados por los genes, y son rasgos aprendidos condicionados por la sociedad. Para Giménez (89) “…las representaciones sociales también implican la representación de sí mismo y de los grupos de pertenencia que definen la dimensión social de la identidad.” Morelba, con esta reflexión, recuerda que el individuo necesita de otro individuo para concebirse, así, aparece el concepto del yo soy, en relación con el otro es. En los grupos sociales también se repite la ecuación, se es grupo social en oposición a otros grupos sociales.

En el mundo contemporáneo, las personas pueden sentirse parte de uno y de varios grupos a la vez. Se identifican y viven en ellos. Hannerz ha reflexionado sobre este fenómeno actual y aduce que las personas han desbordado las fronteras geográficas y, con ello, las fronteras culturales a partir del reconocimiento de los límites impuestos por las clases dominantes, cuando los individuos reconocen que sus intereses entran en conflicto con los intereses de otros y que pueden modificar el estado de cosas, aunque esta modificación sea temporal. En este sentido, este autor, señala que se crean espacios fronterizos, lugares donde los individuos se relacionan con otros individuos que tiene rasgos culturales diferentes pero que también tienen aspectos comunes. A partir de lo común construyen espacios de interacción y crean nuevos territorios.

El territorio sigue siendo un factor importante en la construcción de las identidades, el punto es que no sólo es un espacio geográfico, sino una delimitación simbólica que ayuda a construir la cultura y la identidad. Hoy en día, el territorio no es un concepto rígido, es flexible. Por ejemplo, se piensa en el pasado sobre la base de un espacio físico donde se sitúan los hechos que se han catalogado como relevantes; nombres de personajes que realizaron hazañas a la manera de las epopeyas, dramas y tragedias de la Grecia antigua, van formando una cadena de acontecimientos que forman una época, es decir, un límite temporal, una frontera, un espacio en el tiempo y desde el tiempo. Pero esos acontecimientos que han delimitado la época, se dan en un espacio físico, en un territorio, con una constitución orográfica y ambiental concreta.

Colombres (2009) crítica a las teorías de la cultura que han omitido este factor de identidad cultural, él afirma: “Tanto la modernidad como la posmodernidad negaron el espacio como soporte del pensamiento, algo que lo baje a la tierra y coadyuve en la construcción de sentido.” (224). La importancia del territorio es tal que en los mitos y leyendas juegan un papel fundamental, por ejemplo, en todos los mitos fundacionales se repite el relato que narra el origen de un pueblo o nación en una especie de tierra idílica, de un paraíso fundacional. Los Aztecas llamaron “Aztlán” a este lugar, punto de partida, origen de un destino y motivo por el cual migraron hacia otro lugar o “tierra prometida”. En la tradición judía es el “paraíso terrenal” el inicio de su existencia, motivo por el cual buscan incansablemente llegar al sitio que la autoridad sobrenatural les prometió. Estos ejemplos se actualizan y continúan vigentes, no es raro encontrar en textos como el de Bonfil Batalla (1990) en el que escribe: “Partamos de un hecho fundamental: en el territorio de lo que hoy es México surgió y se desarrolló una de las pocas civilizaciones originales que ha creado la humanidad a lo largo de toda su historia: la civilización mesoamericana. De ella proviene lo indio de México; ella es el punto de partida y su raíz más profunda.” (23) Como se ve, además del espacio físico, en Mesoamérica, para Bonfil, también hay un territorio temporal, que es utilizado como apoyo en la creación de una identidad, la mexicana en el caso referido por este autor.

Como elemento que está en relación al territorio, el tiempo también es otro factor que interactúa para construir la identidad. Colombres lo reconoce de la siguiente manera: “La identidad, en definitiva, no es más que la conciencia de una continuidad en el tiempo, más allá de los cambios, crisis y rupturas que puedan registrarse.” (201) El tiempo puede ser enfocado como un espacio mismo, un espacio temporal que define límites, que ayuda a interpretar los fenómenos y permite las comparaciones, aunque tenga la característica de ser siempre continuo.

Como se dice líneas atrás, al reconocer lo que es propio, que permite encontrar las diferencias entre personas e individuos, desde el enfoque simbólico de la representación, el pasado se convierte en una de las bases que permiten identificarse, identificarnos e identificarlos. Al reconocer un pasado común, se inicia el proceso que sirve para detectar la pertenencia a un grupo social y un sentido de lo que el individuo es como tal y como integrante de un grupo social. El pasado que se asume como parte de uno o del grupo conforma un patrimonio que suele denominarse “Patrimonio cultural”.

Sin embargo, como una continuidad que llega al presente, el pasado también es una construcción que, según autores como Colombres (222-223) o Bourdieu (citado por Giménez. 92-94), evoluciona y se reconstruye a través de la identidad y la cultura, pues cada generación tiene características propias aunque tenga un mismo pasado (factor temporal) y viva en un mismo espacio físico (territorio).

Cultura:

El pasado aceptado por el conjunto de individuos da pie a la identificación de un origen común, pero no crea la identidad. Para construirla se requieren otros factores que inciden en crear una sensación de pertenencia, como el territorio, el medio ambiente, las relaciones entre los individuos, y la lengua, por citar algunos. Para Giménez, la identidad se construye con el pasado porque forma parte de una memoria colectiva; se reconstruye con el presente a través de un proceso que convierte a la memoria colectiva en conciencia colectiva; y desemboca en un imaginario colectivo que es la construcción social del futuro. (98)

Sin embargo, un mismo pasado tiene significados diferentes porque otros factores permiten a los individuos interpretarlos desde ópticas diferenciadas. La interpretación de los fenómenos no es totalmente objetiva pues un mismo hecho es percibido desde puntos individuales y diferenciados. Por eso se reconoce la existencia de una identidad individual y otra colectiva (Mass. 26) Para personas que abordan la interpretación de los signos, por ejemplo, reconocen que éstos (los signos) pasan por un proceso de comparación, reconocimiento e interpretación; es decir, aquello que se percibe se compara y se interpreta. Cuando las interpretaciones son similares, entonces se crean lo que Eco (2005) llama “unidades culturales” (“El significado como unidad cultural”. 70-72)

Las unidades culturales de este autor no son lo mismo que la identidad cultural, pero forman parte importante de ella pues son las referencias sobre las cuales los fenómenos sociales son interpretados por los individuos y los colectivos, al coincidir estos patrones referenciales, permiten identificar e identificarse. Como patrones referenciales hacen las veces de códigos de interpretación.

Para Margarita Mass (2006) “La cultura y el comportamiento humano están totalmente vinculados con el sistema de disposiciones duraderas y estructuras cognitivas que son los esquemas de percepción, valoración y acción…” (23) Opinión que se acerca a lo expuesto por Eco, que también resalta el valor de la cultura.

Otro autor ya citado en estas líneas, Colombres, opina que la cultura “…es entonces el conjunto de valores materiales y espirituales acumulados por el hombre en el proceso de su práctica histórico-social”. (194) Además, señala siguiendo a Lévi-Strauss, tiene dos características: 1. Originalidad, pues cada cultura es única e irrepetible; y 2. Globalidad, para que tenga la connotación de cultura, debe abarcar a “…todos los sectores de la actividad humana.” (194)

En esta línea de ideas, toda persona posee un acervo que le permite identificar sus valores materiales y espirituales, por tanto, es poseedor de una cultura propia que, también puede ser compartida por otras personas. Cuando entre éstas se logra una identificación colectiva, además de crear una identidad cultural o social, se obtiene la conciencia en la pertenencia a un grupo que se diferencia de otros grupos, por supuesto.

Al estudiar la cultura, varios autores coinciden en señalar algunos de los “valores materiales y espirituales” que la conforman. Mass, por ejemplo, señala a la conducta y, por tanto a las reglas del comportamiento cuando acepta que la cultura es “…la manera de ser y estar en el mundo.” (22), más adelante acentúa el factor conductual, es decir, la forma en que se manifiesta la cultura dentro de las pautas de conducta, de las relaciones que sostiene las personas en una sociedad, cuando dice: “…la cultura es una configuración específica de reglas, normas y significados sociales constitutivos de identidades y de alteridades.” (23) Para ella, como parte inherente a la conducta, la ideología (25), la ética y la moral se convierten en “…soportes y referentes para preservar el orden de la sociedad.” (26)

Para Lévis-Strauss (en Giménez. 2005), también la conducta es fundamental para entender la cultura. Él escribe:

La cultura no es natural ni artificial. No depende ni de la genética ni del pensamiento racional porque consiste en reglas de conducta no inventadas, cuya función generalmente no es comprendida por quienes las obedecen: en parte, se trata de residuos de tradiciones adquiridas en los diferentes tipos de estructura social por los que cada grupo social ha pasado en el curso de una muy larga historia; la otra parte consiste en reglas aceptadas o modificadas conscientemente en vista de un fin determinado. (242)

Como parte de la conducta, que apoya o contraviene los posibles significados de los fenómenos sociales, hace presencia la ideología. Para Eunice R. Durham (en Giménez. 2005): “La dimensión simbólica constitutiva de la acción humana puede estar verbalizada en el discurso, cristalizada en el mito, el rito y el dogma, o incorporada a los objetos, a los gestos, a la postura corporal, y siempre está presente en cualquier práctica social.” (247) Al presentar la cristalización, abre las puertas para dos grandes conceptos relacionados con la visión del mundo que un individuo o el grupo social construyen y le es propio: la religión y la ideología.

La conducta es la forma en que cobra presencia todas y cada una de las relaciones asumidas por un individuo frente a otros individuos, frente a objetos naturales y creados, y ante entidades abstractas como las deidades y las instituciones. El origen de un rito está centrado en la forma de establecer las relaciones entre la persona/grupo social con un ser sobrenatural. Por eso, al esquematizar estas manifestaciones conductuales, el comportamiento humano entre un brujo, un sacerdote y un líder político son muy parecidos, en circunstancias parecidas, también.

La fe y el dogma ofrecen a las personas la posibilidad de una visión del mundo que condiciona su actuar. A su vez, las relaciones del individuo con otros individuos construyen normas de carácter obligatorio, coercitivas, ya sea por la fuerza física o por la presión social, crean aquello que se le permite hacer. Por último, la forma de interpretar esas normas, completan las características de su cultura. Por este hecho, los objetos y las instituciones se convierten en factores culturales. En este sentido, vale la pena señalar que la cultura es diferente a las manifestaciones culturales. Las manifestaciones son producto de la cultura.

Todos estos factores son aprendidos por el individuo y los asimila de una u otra manera. Cuando son factores referenciales a un solo territorio, en un tiempo específico, y de un grupo social concreto, dan la idea de uniformidad cultural, es decir, pautas comunes entre los individuos del grupo. Esta circunstancia es idílica, modelo de experiencias sociales que difícilmente se encuentran en el mundo actual, y también es una circunstancia poco existente en la historia humana, pues un individuo convive con otros individuos, un grupo interactúa con otros grupos y establece relaciones de todo tipo. Por tanto, los individuos observan, aprenden y reinterpretan las normas propias y las extrañas. Es probable que se creen espacios compartidos, además de territorios físicos de intercambio, como se dijo ya, campos de intercambio simbólico donde se modifican los códigos y las conductas.

Por otro lado, al estudiar la cultura se han creado varias tipologías. Se habla de dicotomías construidas para referirse a circunstancias concretas. Por ejemplo, Cultura de élite y cultura de masas, en opinión de Colombres (15-18) esta clasificación, más bien, debe ser entre cultura de élite y cultura popular, porque la cultura de masas es un concepto inexistente, y no es real pues lo que se llama masa de población es una abstracción que lleva implícita la acción de manipular y no de interactuar. Otra más, la cultura local y la cultura global, la primera hace referencia al espacio físico por encima de las conductas y los códigos que condicionan la manera en que se comportan las personas integrantes de un grupo social, mientras la segunda está conformada por todas las manifestaciones compartidas por la generalidad de los seres humanos, por lo menos en teoría.

Otro factor importante es el económico. Las manifestaciones culturales son actividades humanas, conductas realizadas en un tiempo y espacio definidos. Forman parte de un esfuerzo individual en un grupo social, a veces, la acción es colectiva. Se producen rituales, a la vez, objetos propios del rito. Por eso, como símbolo e imagen, suele utilizarse un objeto como elemento referente de una cultura. Como ejemplo, la máscara de parachico, de Chiapa de Corzo, en Chiapas, es la imagen representativa de la cultura de los chiapanecas, diferente a la tzeltal de los altos de Chiapas. Como manifestación cultural, los objetos que tienen esta doble función, la de ser elemento simbólico de una cultura y bien económico, no se sujeta a la reglas de los demás bienes comerciales. Se vende una máscara, es propiedad de una persona, pero sigue siendo propiedad colectiva pues representa a una cultura.

Intervención en el campo de la cultura:

La cultura se da, nace, cambia y muere, sin necesidad de que sea estimulada pues es parte inherente del ser humano tal cual es. No existe persona alguna con menos cultura que otra, o que no la tenga en absoluto. La cultura puede encontrarse a través de la actividad humana más no toda actividad se considera representativa de una cultura.

Hay objetos que se vuelven representativos, ya sea porque forman parte de un rito, con características religiosas o mágicas, o porque son de uso generalizado en actividades colectivas. La realización de las actividades, la preparación de éstas, y su organización, son el resultado de un tiempo, materiales y esfuerzo invertido por un número de personas que varía de actividad a actividad. Por eso, la cultura tiene un impacto en la economía de las personas, de los grupos sociales e inciden en la economía de otros individuos y de otros colectivos.

Cuando se identificaron los derechos fundamentales de toda persona, en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los países que la integran reconocieron el derecho que tiene todo individuo a participar libremente en las manifestaciones culturales y artísticas. Este reconocimiento se funda en dos premisas: 1. La cultura es parte inherente al ser humano, ningún animal, ni otro ser vivo hace, transforma y posee cultura; y 2. Las manifestaciones culturales ayudan a construir identidad, dan visión del mundo y es un hecho económico, por tanto, es un factor de desarrollo.

Después de la reunión en la Ciudad de México, en 1970, en 1998, del 30 de marzo al 2 de abril, en Estocolmo, Suecia, se desarrolló la Conferencia Intragubernamental sobre Políticas Culturales para el Desarrollo, una actividad promovida desde la sección de educación y cultura de la ONU (UNESCO), donde se reconoce que “El desarrollo sostenible y el auge de la cultura dependen mutuamente entre sí”, también dice que: “Dado que el acceso y la participación en la vida cultural, son un derecho inherente de las personas de toda comunidad, los Gobiernos están obligados a crear las condiciones necesarias para el pleno goce de este derecho de conformidad con el artículo 27 de la Declaración Universal de derechos Humanos.”

Este reconocimiento desde las instituciones y desde las autoridades representativas de los países integrantes de la UNESCO y participantes en las reuniones y conferencias, es el resultado de los estudios culturales realizados desde varias disciplinas. También es una postura ética sobre el papel de las autoridades nacionales sobre el tema, de cómo evolucionó la intervención en materia de cultura.

En este sentido, los enfoques reconocen que son los individuos quienes generan y transforman los hechos culturales, que las instituciones intervienen y tratan de utilizar las manifestaciones culturales como herramientas para el control social, y que el papel de estas instituciones es relevante. Desde la óptica del Estado, también se reconoce que es una institución y que en su forma de constituirse y actuar, está inmersa una ideología específica, una visión del mundo y una postura política económica.

Bajo estas consideraciones, a través de la historia, se detectan dos grandes enfoques sobre el papel del Estado en torno a las manifestaciones culturales: 1. Activo, es decir, donde el Estado además de velar por los derechos, interviene de manera directa en la preservación y difusión de la cultura, genera, pues más hechos culturales. Y 2. Pasivo, pues el Estado es solamente un policía, quien cuida el acceso a la cultura y sanciona a quienes lo impiden. En esta línea de ideas, existen países donde el Estado asumió posturas intermedias, es decir, son activos en determinadas áreas de la cultura, como puede ser la rama artística; o naciones donde las autoridades son Pasivos en la mayoría de la actividad cultural pero fomentan la participación de particulares en la preservación y difusión, por ejemplo, a través de fondos, fideicomisos, fundaciones y asociaciones civiles.

Las normas de carácter legal son el marco de acción sobre el cual el Estado justifica la postura en torno a todas y cada una de las actividades que realiza su población. Es una referencia que justifica si es activo o pasivo en torno a la cultura nacional. El Estado mismo se organiza reconociendo niveles territoriales, así, además de tener una división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), se constituye a nivel nacional (federal) regional (estatal) y local (municipal). Así, se entiende que las normas existentes en una comunidad están sujetas a las reglas de carácter federal, estatal y municipal que se traducen en:

· Normas federales: Constitución Política de los estados Unidos Mexicanos y leyes federales.

· Normas estatales: Constitución política del Estado de Chiapas y normas estatales.

· Normas municipales: Reglamentos y bandos municipales.

México ha asumido un perfil activo en materia de cultura. Además de adherirse a las disposiciones generadas desde la ONU y la UNESCO, en sus normas estatales se reconoce al Estado como una entidad participativa en la preservación y difusión de la cultura. Su ley más importante, la Constitución Política reconoce esta situación y lo señala en varios de sus artículos. Por ejemplo, señala que los monumentos y sitios antiguos son propiedad de la nación y que a ésta corresponde su administración. Con ello, se apropia del pasado, del patrimonio cultural, base para el reconocimiento de una memoria colectiva.

Las leyes forman parte del proceso utilizado para definir las políticas culturales. Si en la legislación se define un papel pasivo al Estado, éste no puede dejar de observar la legislación que incide en la actividad realizada por su población en materia de cultura. Pasivo, pero autoridad, vigila y juzga, realizando así actividades que inciden de manera indirecta sobre las manifestaciones culturales.

En los demás casos, es decir, donde el Estado es activo o parcialmente activo, las normas legales establecen criterios generales, o de ellas se desprenden criterios generales para justificar la acción de las instituciones representativas del Estado. Estos criterios generales son llamados “Políticas públicas”. Una política, pública o privada, es un lineamiento general, un criterio, desde ahí se organiza una actividad, un conjunto de actividades con objetivos y acciones concretas.

A grandes rasgos, las políticas culturales tienden a sustentar dos grandes objetivos:

· Preservación e incremento del patrimonio cultural

· Difusión y divulgación de la cultura

Para hacerlo así, utilizan como herramientas específicas como son:

· Investigación

· Enseñanza

· Animación

· Inversión

· Administración de espacios

Los ámbitos de acción donde el Estado mexicano interviene son:

· El pasado

· La cultura tradicional, popular y municipal

· Las artes

· Los medios masivos de comunicación

Con estos factores se construye la política cultural y se justifica la existencia de instituciones públicas de acción directa sobre las manifestaciones culturales. Estas instituciones obtienen recursos públicos, es decir, son financiadas por todos los contribuyentes. Instituciones públicas de carácter federal, entre otras, están: El Consejo nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), el Instituto Nacional de Bellas Artes(INBA), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CNDI). En Chiapas existe el Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas (CONECULTA) como organismo público fundamental en la cultura. Por último, en cada municipio existe una dirección de educación y de cultura, en ocasiones, el municipio mantiene una Casa de Cultura o un museo municipal, a demás de una biblioteca.

Aunque en México las instituciones públicas existen desde el siglo pasado, en años recientes se ha observado que es más antigua la tradición en materia de instituciones comunitarias cuyo actuar inciden en la preservación y difusión de los rasgos culturales de la comunidad. Por ejemplo, el sistema de cargos tradicionales en comunidades tzotziles en los altos de Chiapas. Adicionalmente, las fundaciones y asociaciones civiles también se han hecho presentes.

Las instituciones, además de observar una política específica, suelen definir un programa de actividades. Para el caso de las instancias gubernamentales es una obligación; en las particulares y comunitarias, se realiza con diferentes grados de sistematización.

Como parte final de este documento es necesario resaltar la importancia de la cultura en el desarrollo de los grupos sociales, es un derecho inalienable el acceso a ella, son las comunidades, grupos sociales, colectivos, quienes definen su identidad. La identidad es la manera concreta de percibir los rasgos culturales propios en relación a otros. Ofrece un rumbo, ayuda a realizarse en el presente y crea imaginarios colectivos, es decir, construye un futuro. Por eso, se entiende la acción del Estado y el perfil de éste en el ámbito cultural. En México, la participación de las instituciones, sean o no parte del Estado, actúan directa, parcial o indirectamente. Las políticas públicas, dependiendo del tipo de institución se enfocan en la preservación y difusión de la cultura. Se actúa en diferentes niveles y se atienden diversos segmentos. Si bien, el estado tiene el enfoque de promover el desarrollo social, desde la actividad cultural; las organizaciones privadas buscan el desarrollo económico a través de la cultura; y, por último, las comunidades se encargan de crear, modificar y desaparecer las manifestaciones culturales. Por eso, en muchas ocasiones, se observa que la actividad cultural desde las instituciones que no son comunitarias tienen resultados pobres.

Fuentes consultadas:

Aguilar Villanueva, Luis F. El estudio de las políticas públicas. Ciudad de México. Miguel Ángel Porrúa. 1996.

Bonfil Batalla, Guillermo. México profundo. Una civilización negada. México, DF. Grijalbo y Consejo nacional para la Cultura y las Artes.

Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. (Trad. Thomas Kauf). 2ª edición. Barcelona. Anagrama (Colección Argumentos 167), 1997.

______________. Sociología y cultura. (Trad. Martha Pou) México, DF, Grijalbo y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 1990.

Colombres, Adolfo. Teoría de la cultura y el arte popular. Una visión crítica. México. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 2009.

Dijan, Jean Michelle. La politique culturelle. Paris. Le Monde editions. 1997.

Eco, Humberto. La estructura ausente. Introducción a la semiótica. (Trad. Francisco Serra Cantarell) México, DF. De bolsillo. 2005.

Giménez Montiel, Gilberto. Teoría y análisis de la cultura. Ciudad de México. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. (Dos volúmenes) 2005.

Conferencia intergubernamental sobre políticas culturales para el desarrollo. Consultado el 31 de julio de 2010. http://unesdoc.unesco.org/images/0011/001139/113935so.pdf

DECLARACIÓN DE MÉXICO SOBRE LAS POLÍTICAS CULTURALES. Conferencia mundial sobre las políticas culturales. México D.F., 26 de julio - 6 de agosto de 1982. Consultado el 31 de julio de 2010. http://portal.unesco.org/culture/es/files/35197/11919413801mexico_sp.pdf/mexico_sp.pdf

Los Derechos Humanos y Naciones Unidas. Consultado el 1 de agosto de 2010. http://www.un.org/spanish/geninfo/faq/hr2.htm

Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural. Consultado el 01 de agosto de 2010. http://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=13179&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

Constitución Política de los Estados Unidos mexicanos.

Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Chiapas.


Decreto de creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, del 6 de diciembre de 1988.

Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México, del 6 de enero de 1945.

Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas, del 6 de mayo de 1972. Reformas: 23 de diciembre de 1974, 31 de diciembre de 1981, 26 de noviembre de 1984, 13 de enero de 1986.

Ley Orgánica del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del 3 de febrero de 1939. Reformas: 13 de enero de 1986.

Ley Orgánica del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, del 31 de diciembre de 1946. Reformas: 11 de diciembre de 1950.

Ley Federal de Derechos de Autor, del 21 de diciembre de 1963. Reformas: 31 de diciembre de 1981, 11 de enero de 1982, y 17 de julio de 1991.

Ley General de Educación, del 13 de julio de 1993.

Ley General de Bibliotecas, del 21 de enero de 1988.

Ley Federal de Radio y Televisión, del 8 de enero de 1960.

Ley de Premios, Estímulos y Recompensas Civiles, del 31 de diciembre de 1975. Reformas: 15 de enero de 1980, 27 de diciembre de 1983, y 18 de noviembre de 1986.

Ley Federal de Cinematografía, del 29 de diciembre de 1992. Reformas: 29 de diciembre de 1998

Plan de desarrollo (federal y estatal)

Presupuestos de ingresos y egresos (federal y estatal)

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